Detrás de un niño diagnosticado de TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad) hay una historia que para muchos es desconocida. Una historia poco amable que gira entorno a un cúmulo de dificultades cotidianas constantes, tanto con su familia, amigos, compañeros de clase o profesores. Y junto a estos niños con TDAH, hay unos padres muchas veces desconcertados, perdidos, preocupados y angustiados que comparten con ellos ese camino y conviven con ellos en esa historia de dificultades.
La culpabilidad del TDAH
Ser padre no es sencillo, y en estos casos en los que se añade un trastorno, es frecuente que se generen muchas dudas y sentimientos contradictorios sobre las causas, el diagnóstico, el tratamiento, la ayuda que deben darle… ¿Hemos sido nosotros los culpables de los problemas de nuestro hijo? ¿Hemos contribuido de alguna forma para que estas dificultades se hayan mantenido en el tiempo? Estas y otras muchas preguntas son frecuentes entre los padres y la incertidumbre ante esta situación les hace cambiar constantemente la forma de actuar con su hijo. Se dejan llevar por consejos de familiares, conocidos, amigos o lo que encuentran cuando buscan por su cuenta. Un desconcierto total.
Tras el diagnóstico
Probablemente hasta ahora, la convivencia con su hijo fue una especie de lucha constante para que hiciera aquello que se esperaba que hiciera, como el resto de los niños de su edad, como sus compañeros de clase… Pero una vez realizado el diagnóstico todo cambia. Esas cosas que no se entendían, la distracción constante, la dificultad para terminar lo que empieza, el incesante movimiento, ya tienen nombre.
Pero pese a que, por un lado se explica en gran parte lo que ha sucedido hasta entonces, por otro lado puede ser que el peso del diagnóstico de un trastorno mental se asocie a una limitación insuperable.
Sin embargo, es importante tener en cuenta que esto no es cierto. El papel de los padres resulta fundamental una vez realizado el diagnóstico, y no es el momento de darse por vencido. La actitud de los mismos y el manejo de las dificultades que se le plantean al hijo es determinante para su evolución. Deben intentar que desaparezca la sensación de lucha constante contra el niño y apostar por una convivencia diaria que sirva para educar, para guiarle en su camino de transformación a una persona adulta, autosuficiente, capaz de vivir en sociedad y ser feliz.
Es importante que los padres puedan transmitir a su hijo de forma clara lo que esperan de él en cada momento. Ambas partes de la pareja deben mostrarse de acuerdo en lo que le van a ir pidiendo. Asimismo, el niño debe sentir que sus padres confían en que pueda conseguir lo que se espera de él, y que no se anticipa su fracaso. Como siempre, van a ir surgiendo dificultades, ante las que se debe actuar con paciencia y como guía, recomendándole cómo enfrentarse a ellas, pero dándole la suficiente libertad como para que pueda cometer sus propios errores y aprender de las consecuencias de los mismos.
Pero sin lugar a duda, lo que no pueden olvidar como padres es que tienen que valorarlo como la persona que es, con sus virtudes y defectos, y no por lo que consigue. Aceptar que muchas veces su hijo no se corresponde con la imagen que se han hecho de él en algunos aspectos, y estar abiertos a que les sorprenda en otros aspectos que nunca se hubieran llegado a imaginar.